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43 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona: Pat Metheny Trio, Dave Holland & Pepe Habichuela 'Hands' y Brad Mehldau - Joshua Redman

43 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona: Pat Metheny Trio, Dave Holland & Pepe Habichuela 'Hands' y Brad Mehldau - Joshua Redman
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Pat Metheny Trio
43 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona
L'Auditori
24 de noviembre de 2011

Presenciar un concierto de Pat Metheny siempre tiene algo de novedoso, a pesar de que sean muchos los que piensan que las actuaciones del guitarrista transitan por los mismos ámbitos desde hace décadas. Eso no es repetición, es estilo, y él lo adquirió desde muy pronto. Para botón de muestra, ahí estaba a la vuelta de la esquina "Bright Size Life," que apareció justo tras "Unrequited," el hermoso tema de Brad Mehldau que abría la primera colaboración (2006) con el pianista de Florida.

Ya son muchas las ocasiones en que Metheny se ha dejado caer por Barcelona y cada vez sorprende la autoridad con la que afronta sus actuaciones. Se añade además un incuestionable grado de solvencia —podría hablarse también de olfato, qué duda cabe— a la hora de disponer los materiales y las dinámicas del repertorio: acaso hasta se podría afirmar que se trata del concierto mejor dosificado y más ajustado en ritmo que se le haya visto en mucho tiempo. Echa de espaldas la sabiduría y eficiencia (profesionalidad la llaman algunos) con la que afrontó esta nueva apuesta de su música a trío. No venía a presentar nada nuevo con esa formación, pero todo fue novedoso. El Trio 99-00 tiene ganado un lugar en la Arcadia, el cielo de los poetas. De eso mismo se trata, de logran comunicar el gesto de lo inasible con ayuda de la sensibilidad con la que han sido dotados. Si se centra uno en el líder del grupo, indiscutible líder, siente que ya desde la más desnuda acústica como amparado en la tecnología orgánica de su incomprendido Orchestrion (Nonesuch, 2010), todo estuvo medido, pero alejado de toda asepsia. Se atrevió con la Pikasso 42 String Guitar, un monstruo que hubiera podido con cualquiera, pero que el de Misuri domó para regocijo del respetable. A estas alturas de la película no pueden evitarse comparaciones, por lo que se antoja que en esto de la posteridad, Metheny le saca ya ventaja a Gabor Szabo, y eso es mucho decir.

La música que salía del trío se hacía cada vez más luminosa. Parte de culpa la tenía Larry Grenadier, el hombre de los mejores pizzicati del circuito. Reside en él la emoción de Dave Holland y el lirismo de Niels-Henning Orsted Pedersen, por poner dos ejemplos alejados en sustancia genética del blues. "Soul Cowboy," la cuarta pieza de la noche, significó la aparición de Bill Stewart, con lo que el grupo encarrilaba sus momentos más felices. La rítmica de Stewart juega con ventaja en la música de Metheny, toda ella cargada con la épica de la travesía, del viaje entendido como una artimaña para escapar de la muerte, entendida como asentamiento y renuncia. De ahí que en ese perpetuo viajar, este trío haya descubierto por su cuenta aquella sentencia póstuma de Carlos Castilla del Pino que reza que "la sabiduría está en el buen uso de lo que se sabe, no en la cuantía." Llegaron entonces las obligadas "Always and Forever" y "Question and Answer." En las dos horas de concierto hubo tiempo para repasar la dilatada carrera del guitarrista, recordar sus hazañas y rendirse a la evidencia: la suya es una música que traspasa fronteras. Y, si no, que se lo pregunten a quienes dejaron caer alguna lágrima con "And I Love Her," la cálida canción de The Beatles, germen de tantas cosas en la historiografía methenyana, junto con la música brasileña y el afán investigador en cuanto a sonidos e inquietudes sintetizadas. La noche se cerraba con el recuerdo a Enrique Morente, un doble bis, y el punto final lo ponía en solitario con "One Quiet Night," del disco homónimo (Nonesuch, 2009), el primero en exclusiva con la guitarra barítono que tantas alegrías le está dando.

A la salida, el público —jóvenes y viejos— que había llenado L'Auditori hasta la bandera se agolpaba para hacerse con una camiseta, unos discos oportunamente remasterizados, una colección de púas, una gorra o un imán de nevera con esos motivos new age que a menudo pierden al guitarrista de estudiada estética (¿cuántos jerséis de rayas tendrá?). Ahí también, en el merchandising, estuvo habilidoso nuestro hombre. Por último, dos apuntes: ¿por qué en el jazz tres no son multitud? Y, ¿A qué esperan los responsables del Circ du Soleil para hacerse con los servicios del espectacular Orchestrion?

Dave Holland & Pepe Habichuela 'Hands' con Josemi Carmona
43 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona

Palau de la Música Catalana

25 de noviembre de 2011

Después de varios años, un disco a las espaldas —Hands (Universal, 2010)— y otro ya casi en máquinas, la conjugación entre Dave Holland y Pepe Habichuela ha ido ganando en profundidad y matices, también en soltura, sobre todo por parte del bajista, que había aterrizado en otro planeta y todavía no sabía el modo de organizar sus afanes. El clan Habichuela, esta vez con Josemi Carmona en labores de refuerzo, es digno heredero de una tradición que ha hecho del toque guitarrístico un modo de expresión muy poderoso. Lo que consiguen rasgando, acariciando, punteando el antiguo instrumento hispano resulta de una elocuencia pasmosa. Holland hubo de rendirse también al influjo de este arte ancestral, y no pudo sino acercarse con la humildad de los maestros a un territorio vedado para tantos. Lo del bajista con Pepe Habichuela es, más que una amistad con afinidades evidentes, una adopción en toda regla, casi una educación sentimental, a sus años. Se trata de un quid pro quo en el que los Habichuela ofrecen sabiduría ancestral y Holland devuelve pasión y un vocabulario jazzístico que asimismo les era negado desde el origen a los flamencos. Es cierto que Josemi Carmona está abierto a nuevos caminos —la guitarra que presentó era toda una declaración de intenciones—, pero sigue restringido a un lenguaje que madura hacia lugares que no pertenecen a nadie, que están por conquistar, y en esa labor les lleva ventaja a muchos, de igual modo que ocurriera con Raimundo Amador, otro heterodoxo con genio.

Lo que se pudo escuchar en el Palau fue un muestrario de afinidades sin cauterizar. Todavía seguimos sin sentir la verdadera consolidación de la pareja protagonista, o más bien de las músicas que representan. Holland andaba gallardo y muy suelto, confiado después de la superación de la extrañeza inicial que supuso su andadura inicial con el grupo. Se le vio hasta fogoso, desde luego alegría no faltó. Su disposición risueña cuando los cajones iniciaban su retahíla de redobles se tornaba osadía consentida cuando atacaba un fandango o cuando se dejaba conquistar por la alegría de la rumba. Con "Joyride" se movía en sus dominios, y eso tenía recompensas en su ámbito, pero las críticas a la preocupante falta de comunión entre los modelos musicales que representan fluyen hacia todo el grupo: Habichuela no consigue improvisar lo que uno espera en la apropiación del jazz como idioma prestado, y Holland hace lo propio cuando dirige la mirada al flamenco (en el caso del bajista, la aproximación ha sido enorme, importantísima, toda una master class que ya dura años y da frutos considerables).

Entre idas y venidas de los protagonistas, se fueron montando pequeños grupúsculos dentro del bloque central (dos guitarras, dos percusiones y bajo) que distorsionaron un tanto el flujo de energías, aunque todos lo pasaron bien, y el público se volcó sin remilgos. El homenaje a Camarón, con los sostenidos increíbles de Holland y la transparencia dactilar de Pepe, logró traspasar corazones. Hubo tiempo para repasar el disco de Josemi Las pequeñas cosas ("Tangroove") y en los bises cayeron unos tangos de aúpa. No hubo demasiado quejío, pero la velada habrá de ser recordada como uno de los mejores conciertos de la formación hasta la fecha. El tiempo no pasa en balde. Aun así, tal vez no sería mala idea pedir al pequeño de los Amador, al multifacético Diego Amador, que se apunte al carro y trate de fraguar con su arte lo que de momento parece un enlace desnaturalizado, aunque muy placentero. Esperemos que en convocatorias futuras el noviazgo haya ido a mayores.

Brad Mehldau—Joshua Redman

43 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona

Teatre Coliseum

28 de noviembre de 2011

Cuando artistas de la talla de Joshua Redman y Brad Mehldau sacan a pasear su música sin importar que en la calle se agolpen sus últimas novedades (la puesta de largo de James Farm en el caso de Redman y el dúo con Kevin Hays en el de Mehldau), la confianza en ellos crece más si cabe, pues lo que demuestran es que por encima de todo se encuentra la necesidad de mostrar lo nuevo verdadero. Y la verdad no es otra cosa que el despojamiento de afectaciones pasajeras a la caza del momento sublime que pudiera surgir en noches como la que programó el Festival para dar rienda suelta al genio de estos maestros indiscutibles de la improvisación.

Por segunda vez, la pareja se apropió de un espacio de difícil acceso —el dúo piano y saxofón—, y mejoró al comunicación que ya en la edición de este mismo festival en el 2008 había sido fluida, el arranque de una colaboración a dos bandas que llega hasta hoy mismo con la misma frescura que antaño. Los sedimentos son de mayor calado, se remansan en la capa freática del placer sin apenas contaminación, a pesar de ser una zona altamente sensible. En cuanto al sustrato de la colaboración, ya viene de lejos, fraguado en al inicio de sus respectivas carreras, y enriquecido con paralelismos y entrecruzamientos que llegan hasta la primera madurez. Puede afirmarse que tras el concierto en el Teatre Coliseum (apuesta acertada en lo que concierne a la recuperación o reinvención de espacios urbanos para espectáculos), la leyenda de ambos se agrandó. Habrá que decir que también quedó en evidencia que las masas se mueven por influjos ordinarios, (lo que los ingleses llaman mainstream), cuando lo que aconteció en esas dos horas entró en el terreno de lo extraordinario. Sin duda, el trío de Mehldau hubiese llenado más; tal vez el cuarteto de Redman habría supuesto mejor venta, pero el éxito de cualquier propuesta no debería ser medida por las inercias de la masa (en esto del jazz decir masa suena ridículo, en fin), sino por el asombro que provoca la actuación.

El concierto podría catalogarse de histórico. Se cerraba un primer círculo, y se abría a formas de infinitud: lo redondo abría su línea y pasaba a mostrarse en una disposición en espiral, que avanza y se reordena, pasa por puntos de contacto al tiempo que se expande hacia lo nunca transitado. Jamás escuchó este cronista música como la que la pareja encuentra en ese formato, de vasto paisaje, largo aliento y poesía abisal: hay en ellos un espacio de confluencia en el que cuesta discernir si "Melancholy Mode" la firma Redman o si "Old West" fue imaginada por Mehldau. Hasta los estándares, tan personales siempre, se hacen únicos e indisolubles en la voz compartida de ambos músicos. "The Nearest Of You," de Hoagy Carmichael, fue la prueba de fuego que confirmaba lo expuesto. En cuanto al paseo clásico, esto es, los que siempre tienen cosas que decir, Thelonious Monk impuso su mirada más que Charlie Parker: podría concluirse con matices que si Bird fue un inventor en vida, Monk fue un creador con pase a la eternidad; es decir, que al pianista se le sigue oyendo en sus composiciones, mientras que al saxofonista sólo se le vislumbra, y hay que recurrir al original para descubrir su grandeza. Uno desde su atalaya, el otro en un destartalado vehículo en tránsito, ambos ya forman parte sustancial de este arte, como sin duda habrá de pasar con el dúo que ahora nos ocupa.

El repertorio iba así del consabido estándar ("Monk's Dream," "Red Cross") a lecturas contemporáneas de atormentados como Jeff Buckley ("Dream Brother"), vehículo ideal para la extraordinaria mano izquierda de Mehldau y para el lirismo broncíneo de Redman. Quien todavía concede más importancia al tatuaje del pianista que a la sustancia de su música puede catalogarse de reaccionario, tanto como cuando las actitudes extremas de cualquier índole se relacionan con el punk y lo arcaico con el jazz. ¿Es que es más rebelde Sid Vicious que Marc Ribot, más salvaje Johhny Rotten que Mats Gustafsson, más frescos The Ramones que AlasNoAxis? Lo que prevalece al fin es la música, y esa noche hubo mucha y buena, tan placentera como si una trufa de Godiva hubiese tardado un par de horas en deshacerse en nuestra boca y persistiera disuelta por semanas en nuestro flujo sanguíneo. Eso es lo que los físicos llaman acumulación energética. Como diría Mark Oliver Everett, también éstas son cosas que los nietos deberían saber.

Fotografías: Michael Weintrob

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