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44 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona: Sonny Rollins

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Sonny Rollins
44 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona
Palau de la Música Catalana
20 de noviembre 2012

En ocasiones los conciertos se transforman en veladas muy especiales por una suma de circunstancias que van más allá de la música que se interpreta en el escenario, tal como sucedió la noche del martes 20 de noviembre en el Palau de la Música Catalana. Era la noche en la que el Festival de Jazz de Barcelona acogió de nuevo, dos años después de concederle la medalla de oro y a 46 años de su debut en la ciudad precisamente en ese mismo festival en su primera edición (1966), al octogenario Sonny Rollins. A la trayectoria del coloso saxofonista y su relación con público y el festival se sumaba la sensación de que ésta, probablemente, era la última ocasión para disfrutar de su música y su carisma en Barcelona.

Rollins entró al escenario con andar inestable pero con energía, alegría y ganas de disfrutar y hacer disfrutar a su público. Luciendo su barba y cabellera blanca habituales se vistió para la cita con una camisa rojo eléctrico totalmente acorde con la fuerza que desprende cuando hace sonar su saxo o cuando se dirige al público con la ilusión de un joven principiante.

"Patanjali" fue la pieza escogida para abrir la actuación y para que Rollins desplegara un primer solo enérgico que dejaba en anécdota la aparente fragilidad de sus movimientos iniciales. Le siguieron "J.J." —homenaje al trombonista Janice "Ms. JJ" Johnson— y el imprescindible "St. Tomas," en que construyó un precioso solo sobre desplazamientos rítmicos y jugando a placer con la conocida melodía.

Rollins estuvo en todo momento bien arropado por un quinteto formado por Kobe Watkins a la batería, Sammy Figueroa a la percusión, Bob Cranshaw al contrabajo, Saul Rubin a la guitarra y Clifton Anderson —sobrino de Rollins— al trombón. La banda se mantuvo siempre en un segundo plano hasta el punto de que, incluso en el momento de sus propios solos, el respeto al maestro parecía cohibir sus aportaciones. Después de "Serenade," en que Watkins se marcó un impresionante open de batería, fue el momento de la balada "My One and Only Love," que Rollins inició sobre los aplausos del público y terminó con una cadencia sin la banda en que citó —entre otras melodías— el himno americano y la llamada marcha fúnebre de Chopin (de la Sonata para piano número 2).

Curvado sobre sí mismo, en ocasiones bailando de manera sutil, y prácticamente toda la actuación de cara a los músicos, Rollins ofreció casi dos horas de concierto sin dar señales de cansancio. Tal vez a nivel técnico acuse un poco la edad pero, en cualquier caso, eso no le impide conectar con el público desde la primera nota, vaciarse sobre el escenario y hacer una demostración de fuerza y savoir faire a la altura solo de los grandes.

"Don't Stop the Carnival," en una versión más bien lenta pero muy sabrosa, sirvió para cerrar el concierto. En definitiva, una gran noche de homenaje mutuo entre el público barcelonés y el saxofonista, que, a juzgar por las caras y declaraciones posteriores, dio satisfacciones a ambas partes. Toda la actuación estuvo teñida de una sensación de despedida, y el broche final lo puso el propio Rollins cuando, después del bis, con el publico en pie ovacionándolo, se acercó al micrófono para pedir de manera insistente: "Keep jazz alive! Keep jazz alive! Keep jazz alive!."

Fotografía: Lorenzo Duaso


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