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Agustí Fernández: saber escuchar

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Agustí Fernández (Palma de Mallorca, 1954) comparece puntualmente a su cita con All About Jazz en una mesa del bar del Auditori de Barcelona contigua a la que ocupa en ese momento Horacio Fumero, el contrabajista de Tete Montoliu. Estamos entre el edificio donde el pianista imparte clases de improvisación en jazz y música contemporánea ("el principal consejo que doy a mis alumnos es que no intenten reproducir cosas de otras personas y otros lugares, sino que se esfuercen en crear lo que la situación necesita allí en aquel momento; y eso que parece tan sencillo es lo más complicado del mundo," advierte) y la sala donde el próximo día 1 de noviembre, dentro del 41 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, protagonizará una sesión a dúo con Evan Parker. "Él es de los pocos que hacen música improvisada a quien podemos considerar un verdadero genio —sentencia—. Pocos tienen una personalidad tan grande. Haber introducido todas esas nuevas técnicas con el saxo, y que tantos músicos han incorporado, ya lo convierten en un revolucionario, pero Evan, además, es de los que más lejos ha llevado el concepto de improvisación, no ciñéndose únicamente a una estética, sino trabajando con músicos de generaciones, instrumentos y formatos diferentes. Tocar con él es tocar con una enciclopedia viva de la improvisación."



Fernández y Parker se conocieron hace 17 años en el festival de Mulhouse, en Alsacia. El saxofonista actuaba con Joe McPhee y Daunik Lazro. El pianista, en un formato que encandiló a Parker y que, al menos hasta que no aparezca en el mercado su segundo esfuerzo con el trío que forma con Barry Guy y Ramón López, es el único con el que ha grabado más de un disco: piano solo. En el momento en que se intercambiaron tarjetas se estableció una sintonía que, desde la grabación en Barcelona de Tempranillo (Nova Era, 1996), se ha ido articulando de múltiples maneras: tríos, cuartetos, orquestas y, muy especialmente, dúos: "Es el formato que más aprecio, ya que todo está más despojado y es donde se puede ver más claramente mi entendimiento con él," sostiene.



Menos exóticos, más normales

Enrolándose en el Electro-Acoustic Ensemble de Evan Parker, Fernández se convirtió en el primer músico español que grababa con la discográfica ECM. Un honor por añadir a su admirable currículo: primer español en poner sus pies en el escenario del Knitting Factory de Nueva York, primer español que graba con Parker y primer español nombrado, en el 2001, profesor de improvisación. "Cuando actúo en Oslo o Vancouver se me continúa presentando como 'el músico español,' y la verdad es que nos conviene ser un poco menos exóticos y un poco más normales. Los sellos extranjeros no saben qué pasa en España y los músicos españoles no se exponen como debieran en festivales europeos. Es evidente que en España, como consecuencia del franquismo, hay todavía un décalage importante, pero si ECM ficha a músicos polacos, griegos, italianos y franceses pero, sin embargo, no los ficha españoles, no es porque no los haya que no tengan el nivel, sino porque simplemente no los conocen."



Pero volvamos a su relación con Parker. The Moment's Energy (ECM, 2009) es el tercer disco de Agustí Fernández con el Electro-Acoustic Ensemble. "La idea es simple: hacer que dos mundos sonoros diferentes, el electrónico y el acústico, coexistan y se interrelacionen a un mismo nivel. Pero eso, muy bonito sobre el papel, nos ha costado diez años para que se realizara como debiera en The Moment's Energy, que para mí ha sido una revelación sobre cómo entender la música electroacústica. Somos 14 músicos de procedencias, generaciones y estéticas diferentes, y la conjunción de todas esas visiones es lo que nos convierte en un grupo de verdad. Existe entre nosotros una comprensión muy profunda de lo que hacemos cada uno." El pianista le tiene preparado a Parker un último elogio: "Lo que le hace diferente de la gran mayoría es su visión de lo que es y hacia donde tiene que ir la música, y esa visión, que es muy personal, profunda y reveladora, la mantiene desde hace 40 años."



Triple salto en el tiempo. Palma de Mallorca, en las Islas Baleares, a principios de los 60. Fernández a duras penas es capaz de alcanzar con sus manos las teclas de un piano, pero cuando lo consigue, toca una de ellas y se queda un buen rato escuchando el sonido que produce. Así ve transcurrir unas cuantas tardes. Llega, casi 15 años después, a la Barcelona posfranquista de la jazz-rockera Ona Laietana. Le presta su ya incipiente talento como pianista —y también como arreglista— al cantante rumbero Gato Pérez, con quien constata que todo lo que cuenta en sus canciones el Gato lo ha vivido en la calle y en su propia piel. La intención, sin embargo, es estudiar música contemporánea, aunque quien se la enseña no va mucho más allá de Ravel y Debussy.



Un tanto frustrado, se entera de que en Aix-en-Provence, en el sur de Francia, Iannis Xenakis —uno de los compositores europeos que venera, junto con Ligeti, Berio y Stockhausen— imparte un curso de dos semanas, y al pianista esos 15 días le cambian la vida. "Xenakis era matemático, pero también un arquitecto que había trabajado con Le Corbusier. Era un músico que había estudiado con Messiaen pero también un pensador. Y, evidentemente, su formación técnica y científica la aplicaba a la música. De Xenakis, un Da Vinci del siglo XX, aprendí mucho más que música. Aprendí el hecho global."





Al lado de Xenakis, Cecil Taylor es otro nombre capital para la formación estética de Fernández. Lo descubrió vía Silent Tongues (1201 Music, 1974), disco con el que comprendió que "aquella forma de tocar, libre, compacta, global," era al fin y al cabo la que buscaba con su piano. "Descubrí que el jazz podía ser otra cosa, y que se podía tocar, entender e improvisar de manera diferente. él me abrió esa puerta."



La experiencia de Nueva York

A mediados de los 80, Fernández vive su New York City experience particular, un tanto frustrante. "Llegué a Nueva York con la idea de encontrar un lugar donde desarrollar lo que tenía en mente, que tampoco sé muy bien que era exactamente, aunque sí que había ciertas inquietudes. Lo que existía entonces era de la música del Downtown, con John Zorn, Fred Frith... gente, en definitiva, que estaba mucho más cerca del garage rock que del free jazz." "Me era imposible—prosigue— ver qué podía hacer yo con mi piano en un grupo de rock con tantos pedales y tantas distorsiones, y un batería metiendo caña. Volví pensando que lo que quería hacer en Nueva York podría hacerlo trabajando duro en Barcelona."



Cursos con Xenakis, lecciones —claro está— en conservatorios, profesor ahora en la misma Escuela Superior de Música de Cataluña (Esmuc) cerca de la que estamos conversando, pero Fernández sigue declarándose, ay, "músico autodidacta." "Me considero así porque lo que yo quería aprender nadie me lo podía enseñar. Como dijo el escultor Eduardo Chillida, el arte se puede aprender, pero no se puede enseñar. Existe todo un camino que lo he recorrido solo. Hay en mi algo de la tradición europea de piano clásico y del jazz, pero ni me siento inserido totalmente en la tradición de la música contemporánea europea ni tampoco en la del jazz. Tengo varios pies, y en lugares distintos. Las tiendas igual no saben muy bien en qué estantería colocar mis discos, pero no quiero renunciar a poderme expresar con todas las lenguas musicales que me apetezcan." La variedad sin fronteras, en resumen, al poder: "Picoteo en la música popular, las músicas del mundo, la electrónica, la música antigua, la moderna. Jazz, tango, flamenco. Pero a mi manera, y eso es ser autodidacta."



Llegados a ese punto, la pregunta clave: ¿qué es necesario para ser un buen improvisador? "Saber escuchar," contesta al instante. ¿Más que, por ejemplo, saber tocar? "Sin duda. Un improvisador hace tres cosas a la vez: escucha, toma una decisión y la ejecuta. Y eso se retroalimenta continuadamente. Si no escuchas, se corta el proceso. Puedes, si quieres, tomar decisiones sin escuchar, o incluso tocar sin escuchar, pero entonces lo que haces no es improvisar. La escucha es la condición básica de cualquier músico. Si no escuchas el sonido, la sala, a ti mismo o al compañero con quien estás tocando, es que no hay nada que hacer." ¿Y, hablándose tanto de improvisación libre, que es para él la libertad? "La enorme responsabilidad de decidir qué quieres tocar, que nadie te imponga lo que tienes que hacer. La máxima libertad es ser responsable del 100% de las cosas que haces."



Entre sus proyectos más inminentes, Fernández confiesa que habrá una segunda parte del aclamadísimo disco Aurora (Maya Recordings, 2006), con Barry Guy y Ramón López. "Con Aurora tenía muy claro qué tipo de disco hacer y con quién hacerlo, pero la historia no acababa de salir, de modo que fue necesaria una segunda sesión. Quería en ese disco hacer confluir cosas que habitualmente están muy separadas, como el formato de jazz trío, que me encanta; la música popular, especialmente mallorquina, e improvisación." "Por cada idea que yo tenía, sin embargo —sonríe—, Barry y Ramón me aportaban 20 soluciones. Hemos girado a menudo y nuestro nivel de entendimiento es muy alto. Y ahora el mercado nos pide una segunda parte. Grabaremos en febrero del 2010."



No es fácil estar al corriente de todos sus proyectos y novedades, le confieso. Vuelve a sonreír: "Para mí tampoco."


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