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44 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona: Paolo Fresu Monvinic Experience

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Paolo Fresu Monvínic Experience
44 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona
Monvínic
12 de noviembre de 2012

La Carta Blanca de la que Paolo Fresu ha disfrutado en la 44ª edición del festival de jazz de Barcelona le abría en esta ocasión las puertas de Monvínic, "the Greatest Wine Bar in the World," a juicio de The Wall Street Journal. Que otros equiparen el recinto con una suerte de Meca dedicada al mundo del vino no parece por lo visto exagerado, con la salvedad de que los feligreses que peregrinan a su surtidísima bodega todavía no son legión. Todo se andará, pues existe una curiosa suerte báquica que hace se le acabe haciendo justicia a cuanto se relaciona con el vino cuando se mima como aquí a esa noble bebida que nutre de esencias la condición mediterránea de lo humano.

A decir verdad, sólo conozco otro recinto que se aproxima a la filosofía que rige en Monvínic, y es el Solar do Vinho do Porto en Lisboa, pero el parangón queda lejanísimo cuando se traspasa el umbral del recinto barcelonés (Diputació, 249): no es sólo que se reactualice el concepto lusitano, amparado allí exclusivamente en una denominación de origen, es que se convierte en un modelo para establecimientos que deseen seguir sus pasos y en academia de saber enólogo para todo aquel que se deje guiar por las artes de Sergi Ferrer-Salat, fundador de Monvínic y director de la Fundación de Música Ferrer-Salat.

El trompetista sardo Paolo Fresu fue el encargado de recrear las excelencias de la selección de vinos que deparaba la tercera de las catas organizadas entorno al festival, recogiendo así el testigo de Kurt Rosenwinkel en la primera edición y de Omar Sosa en la segunda de ellas. La Paolo Fresu Monvínic Experience contaba en esta ocasión con invitados de alta graduación, por seguir con el símil. Ocho vignerons que siguen con orgullo la ciencia del saber vitivinícola en tierras catalanas, con el añadido ilustrado de Màrius Carol, que iba a trasladar en palabras las esencias y milagros que llegarían tras el descorche. Los ocho elegidos eran, por este orden, el cava Gramona Celler Batlle de 2002, de Jaume Gramona; el Jané Ventura Finca els Camps 2010 (Penedès), de Gerard Jané; el Cal Raspallet Nun Vinya dels Taus 2011 (Penedès), de Enric Soler; el Les Tallades de Cal Nicolau 2010 (Montsant), de Joan Asens Masdeu; el Mas Estela, Vi de Lluna 2007 (Empordà), de Didier Soto; el Saó del Coster, Terram 2010 (Priorat), de Fredy Torres; el Alta Alella Dolç Mataró 2010 (Alella), de Josep Maria Pujol Busquets; y, como cierre, el INO Masia Serra (Empordà), de Jaume Serra.

Bajo la dirección e ideario de Joan Anton Cararach, director artístico del festival, y Sergi Ferrer- Salat, la tercera Monvínic Experience iba a desarrollarse en ocho catas de tres secciones cada una: tras las palabras de los vignerons, con las que daban cuenta de las peculiaridades de cada uno de sus representantes embotellados, le llegaba el turno a Màrius Carol. El periodista y escritor barcelonés se valió de una apuesta casi segura a la hora de vestir las distintas experiencias de cata y las peculiaridades de cada uno de los vinos, al hermanarlos con los personajes shakespearianos que a su parecer les eran más próximos. Por suerte las palabras de Carol fueron algo más un mero atuendo retórico y lograron hacer que el verbo se tiñera de tanino, que los personajes del Bardo Inglés se empaparan del terroir en el que han crecido estos vinos y donde han fraguado sus carácteres. Llegaba entonces el turno a Fresu, que imaginaba los vientos que habían mecido las viñas de los seleccionados, las ilusiones de sus creadores, los fragores geológicos que han condicionado la crianza de la uva, los tropismos que han logrado el prodigio y, en fin, la explosión emocional que trasladó a la trompeta o fliscorno, según se impusieran unas esencias u otras en la cata que Fresu había llevado a cabo semanas antes, primero en su casa italiana, luego en el propio Monvínic.

Ocho solos para ocho grandes vinos. Entre los protagonistas de la velada, un puñado de enófilos de mayor o menor calado y condición trataban de coordinar las palabras con la música y con la propia información que les devolvía la copa con cada uno de los vinos escogidos. Parecía como si el lema popular de "ver, oír y callar" se hubiese trastocado por otro repleto de matices e impreso a fuego en toda la sala. Contemplar, escuchar y degustar fue todo lo que uno no se cansó de hacer durante las dos horas largas que duró la cata. Al concluir, uno ya miraba de un modo distinto a los sumilleres de Monvínic, pues empezaba a entender que en su trabajo no cabía nada que no fuera amor y obsesión, paciencia y gusto. Como toda labor profesional, también la suya iba a ser una obra en marcha, sin final posible, puesto que no hay final para el saber, como ya descubriera Sócrates al mundo tiempo atrás.

El recinto de Monvínic también ayudaba a sentir el peso de la herencia que trascendía entre copa y copa. No hay inocencia en vestir un espacio dedicado a la cultura del vino con materias nobles como el acero, la piel rústica y la madera. La exquisitez de lo material socorre a la expresión espiritual, de ahí que hasta los pequeños detalles como las telas o el corte arquitectónico de los mandiles del personal, hasta la iluminación y escenografía a cargo de Alfons Tost, deban ser reseñados con justicia.

Y llegaron los vinos. El Gramona abrió fuego, y Màrius Carol conectó el monovarietal de Xarel.lo con la Desdémona de Otello, por el "frescor, los matices y el atrevimiento" que convocaba el cava creado por Jaume Gramona. Fresu buscó lo atmosférico, destacó la expresión onírica de la burbuja y resolvió el envite con una sordina desdoblada que daba la vuelta a medio mundo para regresar a geografías mediterráneas tiñendo su trompeta de blues y haciendo natural un gesto percusivo cada vez más presente en sus solos.

La testamentaria La Tempestad le sirvió al escritor para emparentar el Finca Els Camps de viejas viñas de Macabeo con el personaje de Ariel, ser mágico que muestra sus esencias cuando más se aproxima el punto final, como este blanco creado por Jané Ventura. El trompetista hizo a su vez una apuesta de futuro y dejó caer una cita del "Che Sarà, Sarà" con la que se dedicó a improvisar en un afán prospectivo por ver hacia dónde iba a evolucionar el aromático vino del Penedès.



Sólo la Ofelia de Hamlet podía congraciar las bonanzas del Xarel.lo Nun Vinya dels Taus con el universo de Shakespeare. Carol habló de fragilidad y de entereza, de vitalidad y pasión, mientras que Fresu vio en él un líquido juguetón, que pedía bases pregrabadas y diversión infantil, aunque sin amagar cierta crueldad propia de la niñez, fruto de la ignorancia y del egoísmo. De ahí que la trompeta combinara sus trazos con voces que entraban y salían de escena. Y es que el Nun de Enric Soler, con nombre de diosa egipcia, requería una atención especial.

Salvada de la filoxera cuando la epidemia convirtió los terrenos en triste eriales, Les Tallades de Cal Nicolau mantuvieron intacta esta extraña variedad de Picapoll Negre del Montsant, motivo por el que ya era suficiente hermanarla con el Otello de la obra homónima del inglés universal. Guerrero noble, amante entregado, también el Orto Vins de Joan Asens Masdeu resulta complejo en sus esencias y en su expresión. Un vino que pedía una fanfarria y la tuvo. Fresu entendió sin fisuras que todo en aquel vino tinto era placentero, peligrosamente placentero, como el descubrimiento de un matiz familiar que resistía ser mostrado, aplazado durante mucho tiempo hasta el momento del desvelo. El enólogo Masdeu también entendió que sólo cabía improvisar si quería transportar a la sala toda la fuerza de su vino. El público apreció el gesto, supo reconocer la valentía, y la mirada de este cronista se cruzó con la de Ted Panken en un gesto asertivo que afirmaba la certeza de lo que degustábamos (al día siguiente, Ted Panken y Fresu iban a protagonizar un Blindfold & Winefold Test de DownBeat en el mismo Monvínic).

Hay gestos que definen una condición. Que un vino criado entre azotes de Tramontana, seleccionado entre las mejores viñas de una finca cercana al Cabo de Creus, y recolectado sólo las noches de luna llena, no produzca un milagro sería una injusticia. El Mas Estela Vi de Lluna, obra de Didier Soto y Núria Dalmau, recuerda al Falstaff, pues "es alegre, festivo, un poco vanidoso y bravucón," en palabras de Màrius Carol. Para Fresu se convirtió en una única nota sostenida de su fiscorno, que paseó por toda la sala, al modo en que juegan los niños cuando buscan embriagarse, retarse, sentir el amago del desfallecimiento mientras aguantan la respiración hasta límites nocivos.

El Empordà dejó paso al Priorat, y Falstaff a Hamlet. La sedosidad del fiscorno al coqueteo electrónico à la Vangelis (con la banda sonora de Blade Runner en el recuerdo), tal vez porque el creador de Saó del Coster Terram 2008 es un exDj suizo que cambió la discoteca por el terruño de una de las comarcas más apreciadas y difíciles de dominar de la geografía vitivinícola del país. Se trata de un vino que abre nuevas experiencias, y como tal se mostró.

Llegó el turno de Alta Alella Dolç Mataró, que hubo de buscar genealogía allende los mares. La variedad Mataró regresó de Australia para ser reimplantada en su lugar de origen, y Josep Maria Pujol Busquets ha hecho de esta uva Monastrell (la Mataró, como la nombran los antípodas) un corolario de su saber enológico. La Julieta de Shakespeare tendría mucho que decir si probara este vino dulce sin saturación. "Insultante belleza" fue uno de los sintagmas con los que el reconvertido sumiller Carol definió este vino de Alella. Tampoco hubiese desentonado en él el adjetivo 'hospitalario.' Todo un descubrimiento a la vuelta de la esquina (va derecho a la bodega personal, desde luego) que trae recuerdos del primer beso, de lo que no se olvida pese a su simpleza y de haberse repetido en el tiempo. Siempre dulce, siempre fresco.

La velada concluía con la alegría que desprendía el Ino de Masia Serra, un solera de Garnacha vieja que sirvió para que Fresu volara junto a A Filetta por sonoridades que ya se había mostrado en Mistico Mediterraneo (ECM, 2011). Vino reverencial, eclesiástico sin fanatismo, hedonista porque sí. Tan pícaro como el Puck de Una noche de verano con el que Carol lo asoció acertadamente. Como el duendecillo shakespeariano, también este vino dulce cumple las funciones de aquella famosa flor que enamoraba con sólo mirarla. Aquí habrá que abrir los sentidos y, además, degustarla en forma de denso líquido almibarado. El enamoramiento queda garantizado,

La última edición de la Monvínic Experience llegaba a su fin. Un par de bocadillos, firmados por el chef Sergi de Meià e inspirados en Cerdeña y Barcelona, ponían el colofón nutricio a tanta euforia solazada. Concluía, pero no finalizaba, pues hay sensaciones que dejan rastro a pesar del tiempo transcurrido. Es más, potencian sus efectos con el paso de los días, como lo haría el recuerdo de aquel primer beso. Por suerte, uno puede llegar a Monvínic y recuperar la emoción de aquel instante mágico (Omar Sosa no pudo renunciar a la visita y regresó como uno más de los afortunados entre el público que dieron cuenta del evento). Es un lugar que entiende de esas cosas. Uno sólo tiene que dejarse llevar y buscar los besos perdidos en el fondo de una buena botella de vino. Dionisio sabrá recompensarles.

Fotografías: Lorenzo di Nozzi


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Senna

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