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44 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona: Mavis Staples, Lee Fields y Esperanza Spalding

44 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona: Mavis Staples, Lee Fields y Esperanza Spalding
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Mavis Staples + Dayna Kurtz
44 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona
Sala Apolo
4 de noviembre de 2012

Hay miradas elocuentes, y la de Dayna Kurtz además sana como lo haría un bisturí eléctrico, que cauteriza a la vez que corta. Todo en ella irradia sinceridad, una palabra que suele asociarse con honestidad, aunque no siempre sean términos que vayan de la mano. Aquí, sin embargo, se abrazan con la fuerza de los amigos del alma. La cantante sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de la música popular contemporánea. Lo es—un secreto, se entiende- a pesar de la majestuosidad de su voz, de la potencia de sus directos —esta vez regresó sólo ella y su guitarra—, del alcance de las letras que compone, en fin, de lo que haría palidecer a más de un advenedizo que haya sido tocado por el sistema (el sistema somos todos, no se olvide) y saboree las mieles del ¿éxito?

La estadounidense venía con Secret Canon Vol. 1 (Kismet Records, 2012) bajo el brazo, un conjunto de estándares personales acumulados en el tiempo, que valen como espejo de la trayectoria de la cantante de Nueva Jersey. Piezas que, como ella, deberían protegerse y publicitarse como espacios protegidos, como reservas emocionales de la biosfera anímica de cualquier alma sensible. "Do I Love You" sonó con la pasión de una amante desesperada, y "Not The Only Fool in Town" funcionaba como eco de muchos asuntos que hoy afligen al siervo. "Estamos en retirada, no en rendición," venía a decir, algo que quedaba patente con el lema de su camiseta reivindicativa ("No nos quedaremos callados," escrito en claro castellano). El poeta Claudio Rodríguez, tan presente hoy desde su Arcadia, lo expresaba mejor cuando escribía aquellos versos que decían "estamos en derrota, nunca en doma." Kurtz acabó tan humilde como llegó, pero había en ella cierto orgullo de saberse la compositora de "Love Gets In The Way," ese temazo con el que pasará a la posteridad (tal vez también lo haga por la versión del "Joy In Repetition" de Prince, que volvió a cantar en su nueva visita barcelonesa).

Llegó entonces el turno de la gran Mavis Staples, que traía consigo el largo que le ha producido Jeff Tweedy, titulado como una de las canciones firmadas por el líder de Wilco para el álbum You Are Not Alone (Anti-, 2010). No es la mejor canción del disco, honor que recae en la revisión del "Losing You" de Randy Newman y en el "I Belong To The Band" del Reverendo Gary Davies, pero dice mucho de la atmósfera espiritual que ilumina el trabajo de la pasional Staples. Prince la rescató para el gran público en los años 80 del siglo XX, y Lucky Peterson se unió a ella para dedicarle un manojo de canciones a Mahalia Jackson y entregar uno de los mejores discos de espirituales de la historia de la música, Spirituals & Gospel (Verve, 1996). Pero no ha sido hasta la llegada del nuevo siglo cuando ha trascendido el potencial divino de la digna heredera de la insuperable Jackson. Lo ha hecho con discos como Have a Little Faith (Alligator, 2004), We'll Never Turn Back (Anti-, 2007), con producción de Ry Cooder, y el último y grammyficado que presentaba en el recinto pequeño de la Sala Apolo, no del todo llena, a su pesar.

El gospel a cappella marca de la casa de "Wonderful Savior" abrió la caja de los truenos y todo fue ya comunión generalizada. Hay quien no cree en Dios pero cree en las personas que creen en Él: cuando Mavis Staples entra en escena sólo cabe creer en ella, eso es todo, pero qué todo. Le llegó el turno a "The Weight" de The Band, en recuerdo de The Last Waltz y el público no tuvo más remedio que dejarse caer rendido a los pies de la pequeña gran dama de Chicago. De clásico en clásico hasta la llegada del bis con "For What Is Worth" de Buffalo Springfield, la velada fue como una lectura profana de las Sagradas Escrituras, las que Mavis Staples lleva impresas en sus genes: negritud por los cuatro costados para la barítono de los inmarcesibles The Staples Singers. "Hemos recorrido un largo trecho para volver ahora hacia atrás," recordó en el ecuador del concierto, conectando así con la indignación que su telonera llevaba impresa en la camiseta. No puede acabarse la crónica sin recordar el enorme trabajo de Donny Gerrand a las voces (más country que el mejor Ray Charles), ni tampoco el punteo afilado de la guitarra de Rick Holmstromm, en el más excelso estilo pickin' tejano. Una actuación redonda, estimable, esperanzadora. Poco importó que nadie se saliera del guión. Uno venía a dejarse impregnar por la emoción y a escuchar el Evangelio de acuerdo con Mavis Staples y sus discípulos. De eso hubo de sobras.

Lee Fields 44 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona Luz de Gas 9 de noviembre de 2012

Han sido muchos los que han caído en la trampa de asimilar el registro de Lee Fields al de James Brown. La conexión obvia existe, desde luego (prueba de ello es la versión con la que el soulman cerraba el bis de su concierto barcelonés, una rendida y casi milimétrica versión del "Sunny" de Bobby Hebb al estilo protodisco del Goodfather). Pero las formas de expresar el alma de la estrella de Truth and Soul Records andan más próximas a las del clásico Bobby Bird. De clasicismo hablamos: los quilates de rabia que Fields dejaba escapar en ciertos momentos de la actuación tenían la fiereza del segundón que sabe que también para él existe un momento de gloria. Él lo está teniendo desde la aparición en el mercado de My World (Truth and Soul, 2009), en single desde 2007, pero no ha sido hasta el estallido de la fiebre retrosoul de estos últimos años cuando estas estrellas en la sombra han podido girar sin miedo al fracaso. De hecho, el aforo de Luz de Gas fue el de los grandes eventos, y el público se dejó mecer por la fiesta que siempre garantiza Fields y su conjunto de acompañamiento, los pálidos, hieráticos, precisos y efectivos The Jazz Expressions (la palma se la lleva el teclista Toby Pazner, su pose contenida estaba más estudiada que las páginas de mecánica del Código de Circulación).

Parece que existe cierta nostalgia por el raso, moda auspiciada por la estética tarantiniana. El caso es que la noche fue un viaje a los lugares comunes de la época dorada del soul: Fields se hizo desde el primer momento con el público dando lo mejor de sí, con buenas artes, sin renunciar al placer de sentirse querido ni ocultando que bebe sin tapujos de lo mejor de Bobby Womack, Joe Tex, el Northern Soul y la factoría de Muscle Shoals. Empezaron a caer canciones de sus discos y —sorpresa- había incluso jóvenes que las tarareaban de memoria. A nadie oculta que es un Profesional, así, con mayúscula. Hizo incluso algún amago de bailar un smashed potatoes, pero la edad no perdona, a pesar de que el tono lo mantiene firme. Tal vez nunca fuera un gran bailarín. De lo que no cabe duda es que se estuvo delante de un gran contador de historias. "Faithful Man," "You're The Kind Of Girl," "Still Hanging On" o el llanto por la muerte del padre en que convirtió "Wish You Where Here" rozan el rango de clásicos. En Luz de Gas no hubo aquella noche chicas, todo eran damas; no bailaron jovenzuelos, y sí caballeros. La actitud y el oficio de Lee Fields ayudaron a vivir por unas horas en un pasado majestuoso, el final de los 60, como si el tiempo no hubiera pasado. Habría tenido sentido que en la entrada se exigiera al respetable cuello camisero de palmo, chaleco púrpura y zapatos acharolados. Lo mejor fue que por un rato desapareció la crisis. Al salir hubo incluso puestecillo de singles en vinilo y carátula blanca, como los de los jukebox. Qué bueno.

Esperanza Spalding 44 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona Teatre-Auditori Sant Cugat 10 de noviembre de 2012

Siempre sorprende ver lleno el Teatre-Auditori de Sant Cugat. El público suele ser generoso con el programa de conciertos de la ciudad y es entusiasta aun cuando la cosa no sea para tirar cohetes. A nadie se le pasó por alto que es el momento de Esperanza Spalding, y había que poner la cruz en la casilla del cromo que faltaba. Pero Spalding trasciende el fenómeno. Ha sabido conjugar como pocos las buenas artes con una elección de repertorio y un olfato para la mercadotecnia que hace que uno sólo pueda aplaudir el quiebro. Hay poco que no brille en su apuesta al frente del colectivo que ha formado con Music Society: buenos solistas de viento, un teclista despierto, un baterista muy funky (aunque sólo funky), un guitarrista fino, fino, y unas voces de amplio espectro. La de Spalding es resultona hasta decir basta, pero la musicalidad que transita por sus cuerdas vocales lo compensa todo. También ayudó la sencilla escenografía, con la sección de metales parapetada tras un gigante beatbox (¡con doble pletina y ecualizador de diez bandas!) que recordaba por momentos al que llevaba a cuestas el buscapleitos Radio Raheem en Do The Right Thing (Spike Lee, 1989).

Y apareció Esperanza con un recogido, un evasé celeste de doble capa y unos zapatos blancos con tacón de diseño angular fijado al puente, no al talón. Todo en su sitio, no había desequilibrio por ningún lado, y la fiesta resultó lo que se esperaba de ella. La líder antepuso el bajo eléctrico al acústico, lo que daba un aire todavía más pop al asunto. Las canciones iban medidas, sin apenas contratiempos improvisatorios, pero siempre eficaces. Llegaron "Radio Song," "Black Gold," "Smile Like That" y, claro, el clásico "I Can't Help It" de Stevie Wonder, al que tan bien le ha sabido dar la vuelta. Los medios tiempos dominan un repertorio que nunca cae en el desfallecimiento. Cada uno sabe lo que hacer para que la radio funcione, y aquí la emisora que ha escogido el dial es de las que evitan demasiada publicidad y buscan complacer desde la excelencia.

La bajista es una líder natural, y eso se nota en la comunicación que establece sobre el escenario, ya con sus músicos, ya con el público, entregados todos a los encantos artísticos de esta fiera que todavía no ha llegado a la treintena y ya cuenta con un Grammy en su haber. Tal vez faltó algo de sudor —no de entrega-, aunque su propuesta se encuentra más a gusto en el salón de casa noble que en un antro de la periferia. La joven, ya puestos a decir, canta y toca como si estuviera enamorada. Lo que quedó claro es que si alguien todavía no se había enamorado de Esperanza Spalding al entrar, al salir del concierto ya salía flotando en una nube y tarareando "Crowned & Kissed." Valga como post scriptum que en todos los conciertos hay puestecillo con la música que ha sonado en las salas, una forma más de esquivar la dichosa crisis.

Fotografías: Lorenzo Duaso

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