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Concha Buika: el canto necesario

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No es Ben Ratliff un crítico con tendencia a la grandilocuencia y al adjetivo gratuito, no. Pero el pasado 18 de octubre, su reseña en The New York Times del último disco de Concha Buika (Palma de Mallorca, 1972), El último trago (Warner, 2009), desmiente su estilo: tras comparar la voz de Buika con la de Nina Simone, aunque considera la de la mallorquina "más flexible y virtuosa," Ratliff escribe esta frase demoledora, esencial: "El canto de Buika puede llegar a ser tan inflamado que, aun a pesar de lo bueno que es, a veces tienes la tentación de detener el disco para tomarte un respiro." Ese mismo día, en el londinense The Times, otro crítico de prestigio, Clive Davis, empieza su reseña del disco de este modo: "¿Hay acaso una voz más poderosa en toda la música popular?" Ahí queda eso.

Concha Buika, mallorquina de ascendencia guineana, charla con All About Jazz en Barcelona pasadas las diez de la noche, tras un día maratoniano que ha empezado con rueda de prensa en Zaragoza y ha terminado con más de una decena de entrevistas a sus espaldas. Ha respondido ya unas cuantas veces, en unas cuantas lenguas, a la pregunta "¿con quién te tomarías el último trago?" y ha aparecido en unas cuantas televisiones cantando a cappella como única respuesta. Por todo ello, teniendo en cuenta la hora y la ciudad en la que estamos, se impone una cena (no la última, claro).

Y cenando, frotando el ajo y el tomate en el pan (antes de añadirle, en este orden sagrado, la sal y el aceite), ella y su mánager, Mariana Gyalui, recuerdan entre risas la conversación telefónica que mantuvieron el domingo en el que aparecieron esas críticas. Todas las personas relacionadas con el disco estaban eufóricas por las palabras recién publicadas de Davis y Ratliff. Buika también, aunque a su modo: "Yo estoy contenta porque todos vosotros estáis contentos, ¿pero esto quiere decir que voy a tener dinero para poderme comprar el subwoofer que me gusta?." Ésta fue su reacción ante el alboroto.

Primavera en La Habana

Flashback. Abril del 2009. La Habana, Cuba. Buika y su productor, Javier Limón (en cuyo currículo figura Lágrimas negras, la célebre reunión entre el gran Bebo Valdes y el cantaor flamenco Diego El Cigala), acaban de llegar a la capital cubana. Les espera Chucho Valdes, a cuya casa acuden para empezar a trabajar los arreglos que el hijo de Bebo ha escrito para su proyecto en común, un singular homenaje a la cantante mexicana Chavela Vargas a través de algunas canciones clave de su repertorio. Es en casa de Chucho donde empiezan los ensayos, y ahí les recibe el pianista con su imponente Steinway tropicalizado (cuando Chucho dice que tiene uno de los mejores Steinway que hay en el mundo en su casa habanera, no hay que dudar: lleva razón). Unas horas después, Buika le dice a Limón: "Oye, que bolo más bonito ha salido..."

Hay un latiguillo con el que Bebo Valdés se refiere a su hijo Chucho: "Es el mejor pianista del mundo." Inmediatamente añade que, aunque quede "feo" que él diga eso porque es su padre, se reafirma en su frase porque no conoce a nadie que pueda enfrentarse a tantos estilos distintos como Chucho y salir siempre con éxito. En efecto, sólo dos días después de ese primer y único ensayo, Chucho y su cuarteto entran en los estudios Abdala, en el barrio de Miramar, con Buika. Los pocos privilegiados que estuvieron allí todavía recuerdan los escalofríos que se fueron sucediendo en apenas 11 horas de grabación. Al estilo antiguo, Buika canta al mismo tiempo que los músicos tocan. Al estilo de ella misma, Buika improvisa y se adapta a cualquier cambio que le sugiere Chucho. "Si bajamos medio tono aquí, quizá funcione mejor, ¿qué te parece?," le sugiere el pianista. "Sí, es verdad, tiene razón, maestro." Y Buika clava la nota, y los ritmos, sin un solo titubeo, al instante. Live, en directo, en carne viva. Las emociones confunden los sentidos de quienes están allí. En La Habana, El último trago empieza a ganarse los elogios de Clive Davis y Ben Ratliff.

Caminando hacia el abismo

Regresemos a nuestra cena. Buika presenta este otoño la gira de celebración de El último trago, sin Chucho pero con los músicos también cubanos que comparten con la cantante sus aventuras y su recorrido desde hace años: Iván Melón Lewis (piano), Dany Noel (contrabajo) y Fernando Favier (percusión). "Yo tengo tendencia a irme hacia el abismo, así que necesito a gente que me siga hasta allí," sonríe Buika. El abismo como elemento capital de la poética de una artista a la que no es osado comparar con las más grandes, con Billie Holiday, con Édith Piaf, con la misma Chavela a quien rinde ahora homenaje. Lo escribe Pedro Almodóvar, con arrebato cinematográfico, en la apasionada nota que firma en el disco: Buika y Chavela "pertenecen a una estirpe de cantantes que ya no existen." Para el cineasta, la mallorquina "es una cantante larga, como dicen los flamencos. Le caben muchos estilos y en todos resulta original y conmovedora."

No son palabras baladíes. Conmover es el objetivo número uno de Buika. "Soy un soldado del frente. Dirijo mi canto a quien más lo necesita," cuenta. "El público viene a un concierto —argumenta—porque tiene una necesidad. No la de adorar al artista, a la diva que está en el escenario, sino la de reencontrarse consigo mismo, con sus sensaciones, con sus emociones." Para la cantante, la audiencia es parte esencial de su propuesta: "Por supuesto, yo normalmente sigo al público, y nunca sabes lo que te va a pedir. La sensación de sala, la acústica, el ambiente de esa noche, es lo único que nos guía. Un músico tiene que ser, sobre todo, un gran oyente." Y tomar riesgos en el escenario: "En las giras te enamoras en profundidad del artista que está al lado."

En los múltiples estilos que le caben a Buika, el jazz le sugiere libertad. "Los músicos que no se tienen miedo dentro de la música ni a la música son los que tienen más libertad. Yo presumo de esa libertad, y siento que estoy en la música, sueño que seré la música." "Sin la música seríamos personas tristes —sigue—. Tendríamos la mirada de las personas que hacen trabajos en serie. Y si tuviéramos que cantar cada día lo mismo de la misma manera, tendríamos esa mirada." ¿Y cómo consigue ella esa alquimia del riesgo? "Yo lo único que hago es ser quien soy," responde. "Es una gran responsabilidad ser uno mismo. La tenemos todos, porque todos somos artistas."

No le gusta a Buika la pose de estrella. De hecho, confiesa, su auditorio ideal sería aquel en el que el camerino estuviera conectado con su habitación de hotel. "El artista confía más en la proyección de sí mismo que en su ser. Y al artista lo fabrica el deseo, el hambre." "Parte de la crisis de la música y de las artes —continúa—ha sido victimizar a quien no le pasa nada. A veces alguien me compadece: 'Uy, pobrecita, cinco entrevistas en una hora.' Pues en el mismo tiempo que yo estoy ahora de promoción mi madre había limpiado 40 habitaciones de hotel y había regresado andando a casa para, en lugar de descansar, ponerse a educar a todos sus hijos."

Buika conoció a Chavela Vargas precisamente a través de su madre. "Mi madre fue mi primer amor. Ella es africana de tribu, para ella toda la música es lo mismo. Chaikovski, rock, música africana, jazz... Ella siempre se ha sentido dentro de la música y no se ha preocupado nunca de las etiquetas, y así me enseñó a mí." "Quizá el paralelismo es absurdo —reflexiona—, pero que yo sepa no hay mecánicos especialistas sólo en utilizar la llave inglesa, o el destornillador, ni escritores especialistas en la h y otros especialistas en la j." Así, gracias a su madre conoció a Chavela, además de, y sobre todo, el dolor sublimado por la música: "Cuando mi padre se fue ella la escuchaba mucho, a Chavela y a unos cuantos más. Y yo luego la redescubrí cuando empecé a sentir también el golpe del desamor."

De su infancia mallorquina, la cantante recuerda que ella siempre fue "un trasto." "Siempre he destacado por ser un desastre. Era una chavala torpe, de barrio. Me siento incómoda ahora mismo," reconoce ante la proyección pública de su figura. Su biografía oficial cuenta que cantó en clubes y bares de Mallorca y que en el 2000, "no se acuerda muy bien cómo y por qué, llega a Las Vegas, donde trabaja en casinos como doble de Tina Turner y The Supremes." A su regreso a España, prosigue el relato, se instala en Madrid y graba su primer disco, Buika (Dro East West, 2005): "En el estudio de grabación le gana el pulso a cuatro productores empeñados en imponer un estilo reconocible," ironiza la biografía.

Culpables y víctimas

Buika se curte por aquel entonces en los clubes de Madrid: "A veces cantaba para tres personas: dos eran mis primas y la tercera quien me había acompañado," recuerda. Aun así, siempre fue fiel a su credo: "Somos todos público. Todos estamos en un acontecimiento en el que somos a la vez culpables y víctimas. Es todo tan romántico, tan poético, tan civilizado y selvático a la vez... Yo nunca pude coger el dinero de un bolo. Había noches que eran tan salvajes que me daba angustia recoger el dinero, lo poco que me pagaran entonces. Cantabas a veces a la arruga de la frente de quien estaba en primera fila." Hoy Buika ha grabado tres discos más a su nombre, siempre con Javier Limón como productor y cómplice: Mi niña Lola (2006), Niña de fuego (2008) y El último trago (2009). Ya no frecuenta la vida nocturna —"es aburrido, un tostón al cuadrado, mandíbulas batientes contando tonterías"—, pero sigue saliendo al escenario con su máxima picassiana: "Soy una nota que encuentra, no que busca." ¿Qué cree que siente la gente cuando la escucha y la ve cantar? "No lo sé, yo todavía no entiendo qué pasa —responde—. Se me acerca la gente y me dice tales cosas que me da susto, porque no lo entiendo."

Estamos al final de la cena. Nuestro último trago es (por esta noche) un vino tinto de la región catalana del Penedès. "Muchos han asociado lo del último trago a la muerte, pero yo no lo veo así: el último trago es el que precede al siguiente. Es despedirse del miedo, cierras algunas cosas y abres otras." [Dio otras pistas su productor, Javier Limón, en una conversación este verano: "Todavía no se ha visto ni un 20% de lo que ella puede hacer. Todavía no se la ha escuchado bien, por ejemplo, cantando estándares de jazz en inglés."] Pero ahora es el momento de saborear El último trago, con una gira que la lleva por distintas ciudades españolas, París, México y Argentina. El asalto a Estados Unidos tiene también fecha: otoño del 2010.

¿No la abruma el éxito?, le pregunto echando mano, ay, de un tópico. "El éxito es que mi niño sonría, que mi gente esté contenta, que en mi casa haya paz. Vender, el dinero, son vicisitudes de la vida." ¿Y no hay miedos? "No tengo miedo de mí misma, ni del juicio que se toman los otros. Jamás he tenido miedo en nada relacionado con la música. Ni a desafinar, porque eso también soy yo." "Tengo pocos miedos —concluye—. Lo digo desde la humildad, claro, pero no me da miedo no vender muchos discos, ser más o menos guapa, tener más o menos dinero. Disfruto del placer del sexo, de la carne, de la comida, de arrancar una sonrisa, de cantar —insiste—para quien lo necesita."

Y sí, Ben Ratliff tiene razón: hay que detener de vez en cuando El último trago para darse un respiro y descansar de tantas emociones. Porque el canto de Buika duele, hiere. Pero con su voz el futuro —volvemos a Almodóvar—"no puede ser tan malo como parece," mientras podamos, sentencia, "ser testigos de la evolución riquísima de esta intérprete infinita."

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