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Peter Brötzmann Chicago Tentet + 1
en el Festival de Jazz de Barcelona
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Peter Brötzmann Chicago Tentet
42 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona
Luz de Gas
7 de noviembre, 2010
Fue el domingo un día atípico en Barcelona. La ciudad andaba envuelta en humos de incensarios y cortejos vaticanos de extraño semblante. Los Once de Peter Brötzmann parecía que venían a cumplir una misión; no sólo inauguraban un ciclo incluido en el 42 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, Saxologies, sino que se les intuía propósitos más inconfesables, como se verá. Podría pensarse que rige en ellos la anarquía, aunque en verdad hay todo un ritual comunicativo que se escapa si no se les disfruta en vivo.
Dos piezas (45 y 30 minutos, respectivamente) y dos bises exigidos a punta de silbato por el respetable lograron airear el ambiente enrarecido del día. Los de Brötzmann fueron los amos de la noche, una manada de espíritu indómito que conocía el territorio de caza palmo a palmo: sí, fue una sesión de acecho y captura. Existen demasiadas semejanzas entre el grupo y una jornada de caza televisada por National Geographic. Para empezar, hay un jefe de filas a los que todos rinden respeto, de melena arcana y mirada despierta; estudioso del terreno y de aires meditabundos. Levanta la vista y todos esperan la señal. Llega la furia, el derroche energético, la pasión y tal vez el dolor. Pero hay aquí vida. Tiene Brötzmann dos cómplices de lujo, cada uno provienen de lados opuestos del Atlántico, y ambos conocen tanto la nieve como los ejercicios de liderazgo: Ken Vandermark y Mats Gustafsson. Hubo momentos en los que el sonido del conjunto se asemejaba a una bandada extinta de pájaros transcrita por Olivier Messiaen, mientras que hubo otros que se convirtió en un mantra de extraño poder ascético, sobretodo durante la intervención a dúo entre la batería de Paal Nilssen-Love y la tuba de Peer-Ake Holmlander, ya pasada la media hora del primer tema.
Dos baterías dan para mucho, cuando más si interviene Joe McPhee con su corneta por en medio. Si surgen de la nada los dos trombones tan sofisticados como eclécticos de Johannes Bauer y Jeb Bishop, y se les une la rítmica endiablada del bajista Kent Kessler y las eléctricas experimentaciones disonantes del violonchelista Fred Longberg-Holm, la tensión se hace física y el exorcismo se completa. Habrá quien diga que estas odas a la sobretonalidad, esta mirada punzante y extrovertida en que se resuelven las actuaciones de los hombres de Brötzmann, no contienen swing. Puede que tengan razón (si se presta atención se observará que el asunto está en la mezcolanza de swings diversos, no del seguimiento de uno central), aunque hay trabajos sucios que alguien tiene que hacer. Todo depende de la sustancia a disolver. Esta vez, la limpieza dominical les tocaba a los Brötzmann's Eleven. ¿Acaso no respiran hoy mejor?
Fotografía: Ricard Cugat
42 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona
Luz de Gas
7 de noviembre, 2010
Fue el domingo un día atípico en Barcelona. La ciudad andaba envuelta en humos de incensarios y cortejos vaticanos de extraño semblante. Los Once de Peter Brötzmann parecía que venían a cumplir una misión; no sólo inauguraban un ciclo incluido en el 42 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, Saxologies, sino que se les intuía propósitos más inconfesables, como se verá. Podría pensarse que rige en ellos la anarquía, aunque en verdad hay todo un ritual comunicativo que se escapa si no se les disfruta en vivo.
Dos piezas (45 y 30 minutos, respectivamente) y dos bises exigidos a punta de silbato por el respetable lograron airear el ambiente enrarecido del día. Los de Brötzmann fueron los amos de la noche, una manada de espíritu indómito que conocía el territorio de caza palmo a palmo: sí, fue una sesión de acecho y captura. Existen demasiadas semejanzas entre el grupo y una jornada de caza televisada por National Geographic. Para empezar, hay un jefe de filas a los que todos rinden respeto, de melena arcana y mirada despierta; estudioso del terreno y de aires meditabundos. Levanta la vista y todos esperan la señal. Llega la furia, el derroche energético, la pasión y tal vez el dolor. Pero hay aquí vida. Tiene Brötzmann dos cómplices de lujo, cada uno provienen de lados opuestos del Atlántico, y ambos conocen tanto la nieve como los ejercicios de liderazgo: Ken Vandermark y Mats Gustafsson. Hubo momentos en los que el sonido del conjunto se asemejaba a una bandada extinta de pájaros transcrita por Olivier Messiaen, mientras que hubo otros que se convirtió en un mantra de extraño poder ascético, sobretodo durante la intervención a dúo entre la batería de Paal Nilssen-Love y la tuba de Peer-Ake Holmlander, ya pasada la media hora del primer tema.
Dos baterías dan para mucho, cuando más si interviene Joe McPhee con su corneta por en medio. Si surgen de la nada los dos trombones tan sofisticados como eclécticos de Johannes Bauer y Jeb Bishop, y se les une la rítmica endiablada del bajista Kent Kessler y las eléctricas experimentaciones disonantes del violonchelista Fred Longberg-Holm, la tensión se hace física y el exorcismo se completa. Habrá quien diga que estas odas a la sobretonalidad, esta mirada punzante y extrovertida en que se resuelven las actuaciones de los hombres de Brötzmann, no contienen swing. Puede que tengan razón (si se presta atención se observará que el asunto está en la mezcolanza de swings diversos, no del seguimiento de uno central), aunque hay trabajos sucios que alguien tiene que hacer. Todo depende de la sustancia a disolver. Esta vez, la limpieza dominical les tocaba a los Brötzmann's Eleven. ¿Acaso no respiran hoy mejor?
Fotografía: Ricard Cugat
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