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"Orchestrion," el gabinete del Dr. Metheny en Madrid

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Pat Metheny Orchestrion
Teatro Circo Price
Madrid, España
18 de febrero del 2010

Tiene toda la lógica que el primero de los cuatro conciertos españoles de la gira de presentación del proyecto Orchestrion de Pat Metheny haya sido en el Teatro Circo Price, una sala de carácter multifuncional que, además de actividades musicales, y como su propio nombre da a entender, programa regularmente espectáculos de circo. Porque en esta nueva encarnación del proteico Metheny como factótum de una orquesta de instrumentos autómatas movidos por unos aparatos electromagnéticos que reciben el nombre de solenoids, la mise en scène llega a cobrar casi tanta importancia como el discurso puramente musical.

En efecto, el concierto se desarrolla en medio de una escenografía onírica, dominada por una estructura metálica de la que cuelgan innumerables instrumentos de percusión y máquinas que parecen sacadas del laboratorio de un científico loco o de un gabinete de curiosidades, esas salas de las maravillas en las que la realeza y los nobles de siglos pasados exhibían sus colecciones de objetos raros, exóticos o ingeniosos. Metheny abre el concierto sobriamente con tres piezas en solitario, a la guitarra acústica, a la barítono y a la Picasso, pero al cuarto pisa la pedalera y los solenoids empiezan a mover esa maquinaria intrigante. El efecto es bastante asombroso y, salvo que a uno se le haya resecado el alma y no conserve traza alguna de la capacidad de fascinación por lo exótico y sorprendente que caracteriza a la infancia, no puede dejar de quedar encandilado, como encandilado observaba durante horas Pat Metheny, cuando era niño, el piano mecánico que tenía su abuelo en el sótano de su casa de Wisconsin.

Pero AAJ es una publicación sobre jazz, no sobre artes escénicas, así que vayamos a la música. El centro de gravedad del concierto recayó en la interpretación de la suite de composiciones, cinco, que integran el último trabajo de Metheny. Para muchos, el guitarrista de Misuri no ha hecho un disco malo en su vida (ninguno: se diga lo que se diga, Zero Tolerance for Silence, el artículo probablemente más discutido de su catálogo, es un producto fascinante; del género noise, que probablemente no es para todos los oídos, pero fascinante de todas maneras) y Orchestrion (Nonesuch, 2010) no va a hacer cambiar de opinión a quienes eso piensan. Es un disco en el que brilla el genio melódico del maestro Metheny y que contiene al menos un par de piezas (la que da título al CD y Spirit of the Air) que pueden codearse sin problemas con otros clásicos del guitarrista. Pero Orchestrion es también un disco hasta cierto punto decepcionante, al menos si atendemos a los objetivos que se había fijado el propio Metheny.

El guitarrista deja claro en sus largas y algo farragosas liner notes que no se embarcó en este pintoresco proyecto por razones de índole tecnológica, sino de naturaleza puramente musical («In my life as a player there has never been a substitute for musical depth»), lo que quiere decir que, más allá del mérito científico que pueda haber en el diseño del orchestrion, se debe exigir que de esa colección de instrumentos emane excelencia interpretativa. Y lo cierto es que el orchestrion es un ejecutante musical limitado. Las ciencias pueden haber avanzado una barbaridad, pero todavía sigue sonando mejor un bajo tocado por Steve Rodby que uno tocado por un solenoid (o, para ser totalmente justo, que uno tocado por Metheny a través de un solenoid). La consecuencia es que el disco anda un poco justo de swing, sobre todo en los números más upbeat: Expansion, por ejemplo, que tiene un inequívoco sabor latino, suena rígido, y eso es lo peor que le puede pasar a una pieza de jazz.

Esas limitaciones se confirman en el directo. A pesar de la riqueza tímbrica que aportan las variadísimas percusiones del orchestrion (marimbas, vibráfono, todo tipo de de tambores y tamborcillos, de platos y platillos, de campanas y campanillas y qué sé yo qué más) y de la propia luminosidad de la mayoría de las obras tocadas (muchas de ellas de pura onda Pat Metheny Group), el conjunto suena algo forzado y la música no respira con la naturalidad que uno espera en un concierto de un maestro como Metheny. A la salida del concierto algunos espectadores decían que lo habían pasado muy bien pero que no le veían mucho sentido a tanto gasto (montar el orchestrion no ha sido barato) porque Pat Metheny podría haber hecho lo mismo con su grupo. Discrepo: los teclados de Lyle Mays le hubieran dado a la por lo demás excelente balada Soul Search un vuelo poético que el piano mecánico y las botellas (sí, botellas) del orchestrion no pueden darle. Dicho esto, el swing que le falta a la maquinaria le sobra a Metheny, que sigue siendo un guitarrista poderoso e inspirado y que estuvo excelente durante las dos horas y media que duró el concierto. Así lo vio el público, que disfrutó del espectáculo y prodigó calurosas ovaciones al guitarrista.

Pat Metheny puede haber perdido el gusto por esas camisas a rayas horizontales azules y blancas de gusto tan marinero con las que se ha exhibido durante tantos años por los escenarios de medio mundo —en el concierto de Madrid iba de riguroso negro—, pero lo que es seguro es que sigue conservando el carácter aventurero de las gentes que se hacen a la mar, y eso es de agradecer. Es muy posible que el viaje del proyecto Orchestrion lleve a una vía muerta: Metheny es demasiado inquieto para repetir esta fórmula y cuesta creer que otros músicos vayan a tomar y desarrollar un modelo que tiene evidentes limitaciones musicales. Pero no por ello deja de ser un experimento de notable interés. Si usted tiene la suerte de vivir en una de las ciudades por la que pasará el circo Orchestrion (después de Madrid, Valladolid, Logroño y Barcelona, donde Metheny inaugura un Festival de Guitarra del que es asiduo), no lo dude: la experiencia se lo merece.

Fotografía

Hans Speekenbrink

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